El Papa-Emperador


La reciente visita del Papa a Madrid ha tenido algo de imperial y mucho de espectáculo (la reunión en Cuatro Vientos parecía un macroconcierto). Para ciertos círculos católicos rechinaba que el protagonista absoluto fuera el Papa, y no la fe o la figura de Jesús.

Para muchos madrileños rechinaba todo: la ostentación, el estatus de jefe de estado del Papa (otorgado en su momento por Mussolini, nada menos), la movilización de miles de jóvenes como un acto de poder, más que de fe…

Desde el punto de vista de los católicos militantes, ha sido una semana de “comunión” y de “alegres cánticos” (como el pasado lunes, con la calle Alcalá invadida por los “kikos”, que marchaban con banderas, cantando, arriba y abajo, para celebrar su acto con el fundador del movimiento neocatecumenal y Rouco, que quería apuntarse el tanto).

En realidad, Madrid ha vivido con cierta alteración la semana de visita papal; los jóvenes católicos (por otro lado, en su derecho de expresar públicamente su religiosidad), los movimientos laicos (optando por la confrontación en vez del diálogo)...

En mi opinión, hay un verdadero deseo de compartir la religiosidad y de relaciones de fraternidad en muchos jóvenes, deseo que no coincide con los intereses que mueven a las poderosas jerarquías católicas. Pero esas aspiraciones de los jóvenes son legítimas y deberían respetarse (otra cosa es entender porqué se referencian con un hombre -Ratzinger- que trata sin éxito de crearse una máscara de bondad).

Es un error plantear el debate laico/no laico desde el autoritarismo. El de los que quieren imponer su religión y el de los que quieren recluir la religiosidad al ámbito de lo privado. En ambas posturas hay una imposición.

Ciertamente, los símbolos religiosos deberían desaparecer de las instituciones públicas. Pero eso no debería implicar que deban también desaparecer de las personas, cuya libertad para expresar su religiosidad debería ser la misma que para expresar sus opiniones políticas, su opción sexual o su ateísmo.

Dicho esto, cuando organizamos la Marcha Mundial por la Paz y la Noviolencia en 2009 también nos hubiera gustado contar con tantos medios, difusión y apoyo institucional. Pero, claro, aquello no era negocio...

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