Dejad las ventanas abiertas
Los viajeros de la antigua Grecia iban al oráculo de la isla
de Delfos para saber que les depararía el futuro, a la entrada al templo se
encontraban con una frase tallada en piedra: «Conócete a ti mismo». Este
mandato de los dioses es la recomendación más sencilla a la vez que la más
profunda que alguien se pueda dar… Y la más complicada, pensamos.
Desplazarnos para buscar nuevos horizontes está en la raíz
de nuestra especie, las migraciones desde África, origen de los homo sapiens,
nos llevaron a dispersarnos por todo el planeta… Hasta que nos quedamos quietos
y nos volvimos sedentarios… una rareza.
Desde las primeras civilizaciones ha habido viajeros que,
llevados por una infinita curiosidad, recorrieron los mundos entonces
conocidos. Incluso hubo una mujer, Egeria, gallega a más señas, una de las
primeras peregrinas a las tierras de origen del cristianismo, que viajó, en
pleno siglo IV antes de nuestra era, desde Hispania hasta el monte Sinaí y, con
sus cartas, escribió uno de los primeros libros de viajes.
Viajes que nos amplían la mente y son ventanas abiertas a
nuevos aprendizajes, a conocer otras culturas y lenguas, otras costumbres, que
nos ayudan a comprender que no todo es como nos enseñaron en la infancia, las
cosas son más relativas, más diversas.
También están los viajes que soñamos o que intuimos, como al
contemplar estrellas que nos alumbran desde su remoto pasado. Y los que
proyectamos, fuera de nuestro espacio conocido, a otros mundos, otros planetas…
Son rutas internas que se nos abren cuando somos capaces de
captar los paisajes poéticos, inspiradores, que nos resuenan por dentro y nos
conectan con «algo más».
Pero, como se decía al principio de este texto, el viaje más
importante se hace día a día, hacia nuestro interior, cuando los mil requerimientos
de nuestro entorno, a veces sin sentido, no nos distraen de nuestra meta final.
Pero la pauta está en preguntarse: quién eres, de dónde vienes, a dónde vas…
Publicado en Ventanas Abiertas nº 4, agosto-septiembre 2020
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