Una nueva sensibilidad feminista


«Ahora es la moda. Todo es feminismo. Pero se está llegando a unos extremos…». Es una de las formas de justificar el rechazo al feminismo. Realmente lo que necesitaríamos es avanzar hacia el humanismo, o como decía María Zambrano, hacia una sociedad de las personas. Pero es que, después de tantos milenios de machismo, es necesario un intermedio donde aflore la sensibilidad feminista, tanto tiempo tapada y enmudecida.
Feminismo entendido como reivindicación de derechos, celebración de lo avanzado y actitud crítica para denunciar lo que no va y lo que mantiene a las mujeres excluidas, ninguneadas, utilizadas y cosificadas. Situaciones estas de violencia que también afectan a los hombres. ¿Por qué el feminismo, entonces? Porque somos la mitad de la población mundial y, sin embargo, el poder político, económico y militar en el mundo lo acaparan los hombres actualmente y eso no ha cambiado desde hace ocho mil años… 

Las críticas al machismo irritan y molestan, incluso entre algunas mujeres. ¿Por qué? Molestan porque suenan a radicalismo, pero, ¿acaso el machismo no ha sido bastante radical? Venimos de la diferenciación obligatoria de funciones (mujeres a la cocina, a la maternidad, a la enseñanza, a la salud… porque eso se les da mejor…), la presión a la mujer que se desmarcaba de lo que le tocaba (mujeres bombero, piloto, mecánicas, ingenieras, informáticas…, uy, raritas), la dependencia económica (mujeres que ganan menos por iguales tareas, con pensiones más bajas, que renuncian a un trabajo remunerado por cuidar a los hijos, a los enfermos, a los ancianos de la familia), el acoso sexual (qué mujer no ha sufrido, a lo largo de la vida, algún episodio de acoso en el cine, en las aglomeraciones, en el metro, en clase, en el trabajo…), la persecución y degradación por tener opciones sexuales diferentes (tortillera, marimacho, bollera…).
Todo esto han sido y son formas de violencia psicológica, económica y sexual que, de una u otra forma, hemos sufrido o sufrimos las mujeres. Y son ejemplos, algunos, un tanto light. Nuestras madres y abuelas se las vieron peores: excluidas de la posibilidad de estudiar para que lo hiciera el hombre (por ejemplo, el hermano), sin derecho a divorciarse, a abrir una cuenta en el banco, sin derecho a denunciar en caso de violencia en el hogar, malmiradas y maltratadas por tener relaciones sexuales sin estar casadas, discriminadas y expulsadas del hogar familiar por ser madres solteras. Y luego tenemos los casos puros de violencia física (la agresión, la violación, el asesinato propio o el de los hijos), a los que se pueden sumar la violencia racial o religiosa (ser de raza negra, musulmana… lo peor, el último eslabón de la cadena).
El machismo no es solo una actitud, no es solo la forma de comportarse de algunos hombres, no es solo una forma de pensar. El machismo es el sistema, es la sociedad, es la cultura. Y no digo que esté en la sociedad, que esté en la cultura. No está. Es.
El sistema por el cual nos organizamos como sociedad, el sistema que marca los valores, que define lo que está bien y mal, que da direcciones e ideales de felicidad… es machista. Porque es un sistema donde por definición e historia domina el hombre y eso quiere decir que va a tener mejores y más oportunidades, aunque explícitamente las leyes digan lo contrario. Pero si en la entrevista de trabajo te preguntan si tienes pensado ser madre «algún día», estás dando un motivo para que te descarten porque vas a dar problemas (permisos, bajas, reducción de horario), porque la maternidad no es un valor, ni algo a cuidar o a proteger, sino algo que resta eficacia y merma la rentabilidad. 
El sistema lleva insertada en lo más profundo de su hardware una brecha entre hombres y mujeres, grabada en su raíz desde los tiempos en que la humanidad aprendió a fundir metales y pasó a una nueva etapa de producción. Una etapa en la que se empezaron a gestar los primeros imperios y la ideología de la dominación y la posesión quedó inaugurada.
Por eso el feminismo no es una guerra contra el hombre. Es una necesidad de transformar un sistema obsoleto a pesar de su indiscutible desarrollo tecnológico. La cuestión no es que haya “algunos hombres malos”. Es esta ideología que nos impregna a todos y a todas…, sí, también a nosotras… y nos impone una mirada diferenciadora…
Pero la nueva sensibilidad feminista viene con potencia y con vocación inclusiva: es un movimiento que hermana generaciones, suma otras causas a la suya (la del desarme, la de los colectivos LGBT, la de las personas racializadas, la de la emergencia climática), es internacional y genera efectos demostración, fenómenos que se contagian de un continente a otro rápidamente. Las mujeres en IndiaIrakChile, Colombia, Bosnia… están iniciando luchas inspiradoras.
La sensibilidad feminista despierta ante riesgos inminentes contra la vida y su continuidad, es una energía suave pero imparable, hermanada y valiente, que nace de la necesidad más profunda. Es revolucionaria.
Necesitamos conocer nuestra historia, la historia oculta del aporte de las mujeres, y comprender que nuestro presente todavía se queda corto. Y ya se están generando nuevos modelos, nuevas referencias, no masculinas por una vez, pinceladas que surgen por todo el mundo.
Es la revolución necesaria para avanzar hacia una sociedad más equilibrada, inclusiva y no violenta. Una sociedad humanizada.

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